lunes, 31 de enero de 2011

Oda a una sartén: La más grasienta puesta de sol

Acabose la chistorra,
para una vez que probé,
el pato pagué,
abandonose a su suerte  la sartén
que la privó de su crudeza.
El paso del tiempo,
en la dimensión de la cocina,
convirtió en pasta naranja,
como radiactiva
aquel buen aceite,
digna de unas líneas, asobrasada,
susceptible de varios usos,
comestible para adictos a la grasa,
lubricante para cadenas y engranajes,,
o para sebo-fetichistas.

Corta e infructuosa fue su vida,
acabando sin embargo,
previo emboce de desagües,
con esponjas de fregar,
con la paciencia del freganchín,
quien de su pegajosa viscosidad grasienta
aprendió la lección:
Si hay próxima vez,
en lugar de limpiar y luchar,
un cuadro me pondré a pintar

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